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El castigo de René - Capítulo 2










2



El retorno de un gran infante





R
ené no sabía si se sentía furioso o lleno de la obviedad: vergüenza.

Le era difícil reconocer ese estado de ánimo, afirmaba que no era como las anteriores veces cuando sus padres le castigaban con otras formas y podía fácilmente gritar, patalear o simplemente quedarse aislado del mundo, con ese grueso pañal no se podía; era como querer volverse loco pero su mente ni su cuerpo cedían en lo mínimo.
Al escuchar que su madre caminaba abajo, recordó que sus hermanos habían salido con su padre, por lo que se apresuró a cerrar la puerta con seguro para que no ingresaran ellos cuando estuvieran de vuelta. Sus pasos hacían tronar el pañal al mover sus piernas, le agradaba el ruidito pero en ese momento inicial no quería reconocerlo. 
La paleta que comía ya era la segunda, le gustaba el sabor, y reconocía que sabía un poco a medicina.
Se mantuvo sentado en su cama, sintiendo lo lleno de su estómago por la hamburguesa y lo que comieron durante la película. Y no podía parar de preguntarse “¿cómo rayos acabé así?” Claramente con sus faltas de cuidado cuando se dispuso a hacer todo para probar sus mismos productos lo reconoció todo.

Media hora después…


Diego volvió con Eduardo y Jimena en el auto.


René se había mantenido sentado en la cama, con sus piernas flexionadas, sin poderlas juntar a como siempre le gustaba sentarse. Pero no se movió por nada, únicamente se quedó en esa posición.
Jimena y Eduardo entraron llevando a la mesa unas cosas que su padre había traído de la empresa.
Diego ya sabía lo que había ocurrido en casa durante su ausencia, por lo que se encaminó hacia el cuarto de su hijo mayor.
Subió las escaleras emocionado por ver.
René escuchó que le tocaron la puerta con tres suaves golpes. Diego le dijo que era él. Y le pidió abrirle.
El joven no quiso levantarse para hacerlo, no quería dejar que le viese. Justo cuando se decidió a dejar a su padre afuera, escuchó que los seguros de la puerta se liberaron, y su padre asomó su mirada con mucho sigilo. Diego sentía el aroma a artículos infantiles en toda la habitación. René dudaba en cómo fue posible que abriesen su puerta, y tuvo su respuesta cuando vio que su padre jugaba con las llaves que habían duplicado. Rápidamente se cubrió el pañal con una almohada.
─¡Veo que sí te quedaron bien! ─Se admiró Diego. Su joven no dijo nada. Solo dirigió la mirada seria hacia otro ángulo del cuarto─. Con esto creo que hasta tú mismo sabías lo que iba a terminar, así como un castigo.
René únicamente negó con la cabeza en silencio, luego dijo:
─Están locos. Los dos─.
─Es un castigo a la medida de lo que con lógica se veía. ¿No crees? Tu madre y yo siempre tuvimos ese presentimiento… cuando íbamos a la fábrica los tres, siempre llegaba un momento en el que te nos apartabas, y te ibas a mirar los pañales ya empacados y te dilatabas en ese lugar, en esa área, siempre, no faltaba la ocasión; hasta ya sabíamos, te nos desaparecías, y… ¿dónde está René? ¡Obvio… en el área de empacado! Allí… de pie, mirando cada paquete como si fuese una golosina, un glorioso juguete tan ansiado, y ni hasta los juguetes los mirabas así como a los paquetes de pañales. Hasta hace poco se reveló el misterio, tu acto en la escuela y ese dibujo que me mostró tu madre, todo es cuerdo. Y aquí estás, el resultado de todo eso. Es algo bueno, ¿no crees?─. Relataba diego, dándole un piquete en el abdomen a su joven, para hacerlo reír y alegrarlo.
René volvió a decir negando:
─Están locos. Le dije a mamá que no es para este extremo, los que han volado la barda con todo esto, son ustedes. Me hubieran castigado y ya─. Dijo el chico.
─¡Eso es esto, tu castigo!─. Respondió Diego, con risas.
─¡Pero no así, me refería a algo como barrer la casa, limpiar el carro, sin gasto escolar, o…
─¡Sh… Sh…! no digas nada más, esto es lo que se aprobó entre ella y yo, así que más te vale que te adaptes. Creo que ella ya te dijo que ya no tienes quince años. Debes cambiar la mentalidad, traer de vuelta aquella que siempre has tenido. Ni yo quiero que me hables con un estilo tan juvenil. Quiero que vivas tu vida con esto, y no te preocupes por nada, tu madre y yo nos haremos cargo de ti al cien por ciento, para todo ─Dijo Diego, poniéndose de pie, tomando de la mano a su joven, tirándole para que se levantase─.  Anda, muéstrale a papi tu pañal, quiero ver cómo te quedó… anda…
René se forcejeaba, jalaba su mano para que no se la pudiese tomar. Luego Diego añadió:
─Bien hijo, como no quieres cooperar, entonces llamaré a tu madre para que te diga lo siguiente, ella hará más incómodo esto, te lo juro, ya sabes cómo es ella cuando se enoja. Anda, no pasará nada─.
René sabía que su madre llegaría a gritar como una loca por no darle gusto a su padre, entonces aceptó. Lentamente se despegó la almohada de encima de sus piernas, mostrando el pañal que le cubría su intimidad, el cual brillaba y lanzaba crujidos por la cubierta plástica. Se puso de pie ante su padre, a quien poco le llegaba a su altura. Diego le puso la mano en el hombro y con ella le indicó que se diese vuelta, admirando que le quedó a la perfección.
─¡Genial, te ves bien. Eres todo un bebé adolescente! ─Se admiró. Seguido le dio una palmada en sus pompas cubiertas por una gruesa capa de algodón─. Bien, me retiro. No quiero hacerte más grande esto, sabes que no soy bueno castigando, pero en esto con tu madre, estoy unido al mil por ciento, así que te recomiendo que cooperes para que no sientas tan pesado este ajuste a tu vida, ¿Esta bien?
Seguido Diego se dio la vuelta, caminando a la puerta.
René entonces le preguntó:
─Oye, ¿por cuánto tiempo estaré así?─. Poniendo una mirada que esperaba que fuese por unos días.
Diego entonces le dijo:
─La que el tiempo señale. Tú no te preocupes por eso, hijo, tu enfócate en usar tus pañales, y no te resistas las ganas. Pañales tendrás hasta de colchón─.
Tras responder así con una risa, le guiñó el ojo y cerró la puerta.
René se volvió a sentar, terminando de masticar su segunda paleta que rápido se desintegraba en su boca, volviéndole dulce su saliva, dejándole ese sabor a medicina, que sabía rica.


Una hora después…


Por todo ese día ya reinaba la oscuridad.

Los cuatro integrantes que se encontraban abajo se hallaban moviendo algunos muebles, con la intención de hacer espacio para establecer las remodelaciones que vendrían. Casandra les daba órdenes a Jimena y Eduardo para que desocuparan una esquina de la sala y se llevasen las cosas al garaje. Eduardo lo hacía a regañadientes, sin saber por qué tendría que ayudar en favorecer al castigo de su hermano mayor. Los dos chiquillos se imaginaban a René en la forma en que su padre les había dicho que se vería, “usando pañales a su talla con estilo infantil”. A pesar que ya había ocurrido no le habían visto, pues el joven se mantenía encerrado en su cuarto.

René escuchaba todo el movimiento de cosas abajo, pero no quería salir. Por momentos abría la puerta y veía que sus hermanos caminaban llevando cosas al garaje, a su madre limpiar el suelo con aromatizantes que olían bien y su padre también acomodando otras zonas de la casa. Toda la organización dirigida por Casandra tenía un ambiente similar a una fiesta. Quería bajar a ayudar, pero no quería que le viesen el pañal ni usando pantalón. Se le hacía raro que su madre no hubiese llegado a hablarle para que bajase a formar parte de la limpieza. Pero eso era bueno. Seguido cerró la puerta.
Se fue caminando hacia su cama con pasos lentos, y justo a la mitad del camino, una tormentosa sensación ya vivida y sentida, no solo en esos momentos de cambios de vida, sino en cualquier otro allá afuera, le hizo erizar la piel.
“¡¡Oh no!!!”…
Pensó él. Eran ganas de ir al baño, unas efectivas ganas de hacer pipí y popó. Cuando le pasaba eso, siempre acostumbraba a hacer una retentiva de las veces en que iba al baño, y se acordó que desde el día jueves por la noche había sido la última vez, por el hecho que no las había sentido tan fuertes como ahora. Era la misma intensidad de cuando le hacía mal alguno de los ricos batidos con sabor a frutas que su madre preparaba por las mañanas y se los daba con sustancias ocultas.
Así que se sentó en la orilla de la cama para mover las piernas y disipar las sensaciones que le erizaban hasta la piel de sus dedos de los pies, pero no se iban. Se estaban haciendo más fuertes, por lo que mejor se quedó quieto. No quería hacerles caso a sus padres con usar el pañal que llevaba puesto, pero temía si se salía corriendo al baño para usarlo, ellos le diesen algo peor para aumentar el castigo. Así que luego pensó en sus cosas favoritas, sus películas que tanto veía, sus libros pendientes por comprar, pero no pudo, las ganas seguían empujando esa sustancia sólida hacia el exterior. Recordó que si liberaba un poco las ganas de orinar, las sustancias sólidas se disiparían un poco, para poder negociar el usar el baño de forma habitual. Así que como sentía que su vejiga le ardía por retener las ganas, decidió mojarse lentamente. Y dejó salir los chorritos de pipí lentamente…
Le gustó ver que el algodón blanco del pañal se iba poniendo amarillo poco a poco. Una mancha amarilla se expandía por todo el ángulo de sus entrepiernas. Ese calorcito lo sintió cómodo, por liberar las ganas contenidas desde que habían comido. Pero luego las ganas de lo otro volvieron. Cerró los ojos poniendo las manos en su estómago, poniendo una mano en sus pompas haciendo presión, por sentir que ya estaba por salirse. En esos segundos de lucha contra sus esfínteres, recordaba las palabras de su madre hacía rato de cuando le dijo que era malo resistirse las ganas, y seguido sonó su celular con una llamada de Jordi. El dirigir la mirada al lugar donde estaba su celular en su buró, aplastado por el paquete de pañales y los otros utensilios, hizo que sus músculos en sus esfínteres de retención se debilitaran. René se hincó a orillas de su cama, reconociendo que tendría que liberarlo todo en el pañal. Otra vez ya no podría dar un paso más lejos de donde estaba.
El jovencillo hundió el rostro en el colchón, respirando los aromas a limpio de sus sábanas. Sin dejar de liberar sus ganas de hacer pipí que fluían lento como una manguera pequeñita, empezó a dejar salir sus ganas de hacer popó. Una pequeña porción emergió, empezando a borrar las líneas que se formaban en sus pompas a pesar del grosor del algodón. El chico se detuvo tomando energías, pues sentía que el efecto de lo que le hubiese hecho sacarlo todo, aún preparaba más. Tomó un poco de aire y esa presión con escalofríos en su cuerpo le permitió pujar más, expulsando ahora un gran segmento que se acumulaba en sus pompas y en el caminito de sus ingles, por donde cruzaba el pañal, quedándose redondo, como inflado. El obvio olor de lo que hacía le llegó a sus narices, pero no le importaba, eso tendría que oler de alguna manera, le aliviaba porque los calambres y escalofríos incómodos iban cesando. El chico pujaba y pujaba por cada dos minutos sin retirar la cara hundida de las sábanas de su cama, terminando de sacar lo último que se dilataba, breves grumos aguados. Si el sentir que una diarrea le estaba posiblemente iniciando, recordó como causa todo lo que comió el día anterior por la escuela durante el receso: los dos hotdog´s, una rebanada de pizza; en casa, la comida normal que hizo su madre: pollo con arroz y verduras; su cena: dos pequeños burritos con leche. Lo que había comido por ese día en la mañana y en la tarde, suponía aún estaría por salir… (Donde no iba a ser demasiado) pensaba él.
Cuando por fin terminó de hacerse popó en su pañal ahí hincado, empezó a sacar el rostro, abriendo los ojos, palpando el pañal, sintiendo que todo había sido bien retenido, no había manchas ni fugas. Palpó sus pompas bastante redondas, las cuales de las barreras que se apreciaban se les podía ver la mancha marrón por una cantidad de suciedad pronta a derramarse si el jovencillo se movía mucho sentándose.
Se puso de pie lentamente, sintiendo el peso del pañal, que no colgaba, sino se mantenía en su lugar, solo un poco más grueso, amarillo, tiñéndose poco a poco de marrón y liberando lo sucedido a gritos.
estoy acabado, espero no me tomen fotos y se las envíen a nadie”. Pensaba René, acercándose a la cama, pensando en sentarse, pero sabía que todo lo contenido en sus pompas se regaría y desbordaría provocando un caos más sucio.
Por pensar en que se había hecho en el pañal y que sus padres llegarían en cualquier momento cuando terminasen de limpiar abajo, se le había olvidado que Jordi le llamó. Revisó su celular atendiendo al mensaje por Whatsaap que le había enviado su mismo amigo, el cual decía:


Hey, debemos vernos,
tengo que darte unos apuntes
sobre las clases para el lunes
 y además debemos planear
las salidas para este fin de semana
responde…
⇃⇃



René sí recordó todo lo que era la escuela, las clases y pendientes por entregar con sus profesores con los miembros de los equipos, pero lo olvidó rápido cuando escuchó que la puerta de su cuarto se abría. Se fue caminando al rincón de su cama, tomando la misma almohada, pues no quería que le vieran el pañal con el desorden.
Era su madre.
─¿Cómo estas hijo? Abajo ya acomodamos unas cosas y… ─Se quedó Casandra al llegar con pasos lentos solo a medio cuarto, sintiendo un olor familiar─. Creo que mi Renito se ha hecho popó en su pañalito, ¿no es cierto?
René no dijo nada, únicamente veía a su madre a los ojos y apartaba la mirada con pena. Ella podía ver que las mejillas de su jovencillo se ponían rojas por la vergüenza. “Qué bueno que sí sirven esas medicinas laxantes en estilo de dulces”, pensaba ella.
Casandra se acercó a René, llegando ante él. El chico quiso huir pero la esquina del área y la cama se lo impedían.
─Haber voltéate, vamos a revisar qué tanto se llenó ese pañalito─.
René se opuso a los impulsos del brazo de su madre, pero ella le dio un pellizco poniéndose seria.
─¿Qué dije de la lógica de los actos? Vamos Renito, te vamos a cambiar ahora mismo─.
Entonces el chico le dio la espalda, mostrando el pañal lleno de suciedad, al que poco le había llegado por la zona de sus pompas. Casandra le despegó un poco por la cintura los elásticos, echando un vistazo.
─¡Oh… si… te hiciste mucho… definitivamente hay que limpiar todo eso. Ahora acuéstate en tu cama─. Al terminar de comentarlo con ternura burlona, sacó su celular y puso un tono de cuna sobre las almohadas para amenizar el momento como si fuese un completo bebé.
René se sentó en la cama de forma lenta, pero eso no impidió que la gran bola de popó calientita esparcida en sus pompas se batiese un poco más. Se inclinó totalmente, y Casandra le separó un poco las piernas.
Casandra tomó del buró donde dejó todo, un rollo de papel higiénico y las toallitas húmedas.
─Vamos a abrir el sucio… sucio pañalito de mi Renito. ─Así como decía Casandra, despegó las cintas frontales de forma lenta, conectando miradas con su joven, dándole sonrisas para que se sintiera más en confianza. Entonces abrió la parte frontal llena de pipí, bajándola; revelando toda la suciedad que tenía cubiertas las pompas del chico, sus entrepiernas con algunas manchas prolongadas.
René se mantuvo así y sin decir nada, únicamente cerraba los ojos lleno y muerto de vergüenza, recordando el momento de la escuela. Casandra tomó un poco de papel higiénico y empezó a limpiar primero las entrepiernas de su joven, retirando las manchas de popó que se habían esparcido hasta esa zona, sintiéndolo difícil por los bellos abundantes que cubrían todo el pene de su hijo, pero le confortaba que ese mismo día iban a hacerlos desaparecer.
René era consciente del mal olor que había en todo su cuarto, pero tenía que esperar a que todo terminase. Sentía que su madre no se apresuraba a pesar que ella le limpiaba bien sus entrepiernas y testículos de una forma lenta, cuidadosa, y veía que iba poniendo los trozos de papel blanco con suciedad en una capa de papel que ella hizo con una larga tira. Él se sentía raro y mal, pues a esa edad se suponía que ya no debería estar en esa situación, siendo limpiado como bebé por su madre. Ninguno de sus amigos vivía algo así a esa edad. Había leído en el grupo de celular que por esa tarde de buen sábado, algunos se hallaban en el cine. 
Seguido Casandra le hizo indicaciones que levantase sus piernas sobre su pecho, y René las abrazó, logando incluso tocar sus tobillos. Casandra le levantó un poco más, apartando el pañal sucio a un costado. Con su mano izquierda le sostenía para que no las bajase, y con la derecha iba retirando los grumos de popó a la piel de las pompas de su jovencillo, limpiando bien, haciéndolo mucho más rápido que con sus entrepiernas. René afirmaba que se sentían cosquillas cuando le pasaban la mano por la zona de sus líneas. Con esa emoción no pudo evitar que su pene dejase de estar flácido, a su miembro se le apreciaba una evidente erección.
Casandra se llevó unos cuatro minutos limpiando las pompas de su hijo, poniendo todos los paños de papel y toallitas sobre el pañal abierto. Por la puerta del cuarto se asomó Eduardo, quien abrió sin hacer ruido y sintiendo el olor a pañal sucio aunado con el aroma de las toallitas húmedas, reconociendo que no era tan agradable por no estar acostumbrado a él; seguido vio a unos cinco metros sobre la cama, a su hermano mayor con las piernas levantadas, con sus pompas expuestas con restos de popó, siendo limpiado por su madre. Inmediatamente se fue dejando abierto, afirmando que todo eso ¡Era raro! ¡Rarísimo! todo lo que había explicado su padre en la salida que tuvo con su hermana hacía un rato estaba sucediendo, pero afirmó con su sabio conocimiento de chiquillo, que necesitaría tiempo para acostumbrarse a ver y oler todo aquello.
Eduardo se fue a la sala donde se encontraba Jimena bebiendo agua, refrescándose de haber sudado un poco por mover las cosas que su madre les había dicho.
─No vayas a subir al cuarto de René, mamá lo está cambiando como un bebé en su cama, es cierto lo de los pañales, no lo creía, pero sí, Rana está usando pañal y se hizo, huele feo, está desnudo y mamá lo ve así…
Jimena se rio por el hecho que Eduardo le decía “Rana” a René, por el personaje rana de los Muppet Babies, los que fueron los favoritos en la infancia del jovencillo castigado, la razón de su nombre. Luego reconoció que era raro que su querido hermano usara pañal y se hallase ensuciado como decía Eduardo; le causaba curiosidad ir a ver, pero prefirió esperar a una oportunidad, y por el hecho de vivir en la misma casa, ésta no tardaría. 

Minutos después, Casandra permitió que René bajase las piernas, a lo que el chico lo hizo aliviado. Ya había sido mucho de permitir ver a su madre los detalles de su cuerpo e intimidad que creía poseer en secreto. Se quedó ahí acostado, esperando le diesen algo de ropa para cubrirse. Pero luego se quedó sentado en su cama, tratando de pensar en otra cosa para bajar su erección.
Casandra introdujo todos los papeles usados en la limpieza e igual las toallitas húmedas dentro del pañal, haciéndolo bola. Se lo llevó y antes de salir, le indicó a su joven que se quedase allí.
René aguardó ahí por unos pocos minutos, empezando a palparse sus pompas y entrepiernas para ver si le quedaron manchas de popó, pero por más que se tocaba no veía nada, ya empezaba a confiar en su madre para esas situaciones si en todo caso su castigo se prolongase por años.
Seguido entró su padre. René se volvió a cubrir con sus manos.
─¡Miren quién es… es Renito sin ropa… perfecto, vamos a darte un baño para que huelas mejor!─. Dijo Diego, mostrando la toalla en sus manos y unos utensilios nuevos que compraron en un momento desconocido para el joven.
─¿Pero me puedo bañar yo solo?─. Preguntó René, cubriéndose con la almohada, sin despegar una mano.
─Claro que no, tú te puedes caer o resbalar, no puedo dejar que te pase algo allí, además no sabes bañarte bien, tiene que estar un adulto bajo tu supervisión─. Respondió Diego, abriendo la toalla para que el chico se pusiese de pie.
─Pero quiero bañarme yo solo. Al menos déjenme hacer eso a mí. Lo de que me vean con pañales ya es mucho─. Suplicó René.
─¡Pero que locuras dices, Renito, no tienes nada que esconder ni tener pena. Vamos que el agua se va a enfriar. Yo te daré tu baño!─. Dijo Diego, acercándose.
René se quiso alejar de su padre, quien le jalaba de sus pies, y él seguía cubriéndose con la almohada. Pero en un descuido, Diego le sostuvo de sus piernas y de su espalda, por ser alto, fornido y hacer buen ejercicio con su juventud, le cargó de frente como un héroe que se lleva a su princesa.
─¡Ya suelta la almohada! ─Repuso, llevándole a su jovencillo en dirección al baño. Salieron del cuarto y llegaron. Diego puso dentro de la tina a René─. Siéntate. Ponte cómodo porque aquí vamos a durar un poco más tu madre y yo.
Para relajarse, Diego puso música en su celular, solo que él no activó música instrumental, sino una de su cantante favorito. La canción que puso, el vecino la podía escuchar por las paredes en un bajo volumen, imaginándose esa persona que en aquella casa se encontraban limpiando o algo…  
Entonces René se inclinó, sintiéndose muerto de vergüenza por estar desnudo ante su padre. Estar así ante su madre era difícil de aceptar para pasar el momento, ahora su amigo de todo buen momento con quien conversaba sobre películas, temas de tareas escolares cuando tenía muchas dudas… viéndole así, no era nada cómodo.
Diego abrió más a la llave para mezclar las aguas frías y calientes. Inició con echarle agua a René, humedeciéndole el cabello, la espalda. Después le echó jabón en el cabello, el cual olía a bebé. Seguido con la fibra para el cuerpo, la llenó de jabón corporal y le frotó toda su piel, su pecho, espalda, piernas, y cuando llegó el momento de lavarle su pene, con mucho forcejeo le logró inclinar en la tina, teniéndolo boca arriba con sus piernas flexionadas.
Casandra llegó para inspeccionar el momento, viendo la abundante espuma en el cuerpo de su hijo. René sentía frío por el agua y la vergüenza al sentir las rudas manos de su padre lavarle su pene, quien le retrajo su prepucio hacia atrás y frotaba para esparcir bien el jabón. Con todos esos cuidados que duraron tres minutos, René no pudo evitar hacer más evidente su erección.
Al término de la higiene corporal hecha una tortura, Casandra dijo:
─Ahorita mismo vamos a afeitarte todo ese bello, porque cuando se te cambia el pañal eso estorba. Es mejor que no haya ninguno─.
Diego lavó el cuerpo de René con agua fresca, para despejar la espuma. Y sin dejar que se secase, los dos se acercaron a él y con sus manos frotaron mucho jabón en sus axilas, en sus ingles, comenzando a afeitarle su pene con mucho cuidado, dejando caer los grumos de bello que poblaban toda esa zona. Rene quería llorar, pero sabía que debía aguantar.
Después recostaron a su joven en la tina, levantando sus piernas sobre su pecho, como cuando ponían el pañal bajo sus pompas, para que sus padres pudiesen afeitar estas mismas con el pequeño rastrillo. Casandra puso mucho jabón en toda su piel, y Diego pasaba la hoja de afeitar con cuidado, liberando los largos bellos púbicos que crecieron en esa zona.
Al final, enjuagaron a su joven, el que ahora lucía divino, sin ningún bello en su pene, pompas, nada, le dejaron los que iban de sus rodillas a los tobillos, pero en las partes vitales para el pañal, todo estaba perfecto.
Diego terminó de secar a su hijo, y después lo llevó cargado de igual forma hasta la cama donde esperaba Casandra con un pañal nuevo.
René ya estaba vencido, brutalmente vendido, todo su ser estaba en manos de sus padres, así como lo habían dicho y jurado, lo era. Sabía que si se negaba con algo, le iría peor o le hablarían a Jordi para que llegase corriendo para ver ese momento. Mejor se venció y se dejó domar.
Se sentó en la cama envuelto en toalla. Casandra le empujó hacia atrás para exponerlo.
─Que bonito se ve nuestro bebito, vamos a ponerle lo suyo─. Dijo Casandra.
Y para comenzar, puso a René mucho aceite corporal, frotándolo en su piel teniéndolo boca arriba. Luego le dio la vuelta, aplicándolo en su espalda, sus piernas. Luego le roció talco en su pene que poco a poco iba bajando de su erección, pero se mantenía firme. Eso a ella no le dio importancia, y le roció mucho en su miembro, hasta ponerlo blanco; lo regó más con sus manos, recordando todo como cuando René realmente estaba chico, afirmando que era igual. Continuamente le volvió a levantar sus piernas para ponerle crema en sus pompas, y con firmeza esparció la crema en sus líneas, cubriendo bien, provocando que la piel de su jovencillo se pusiese como de gallina por esas caricias en esa zona. Finalmente, sin bajarle las piernas, puso el pañal abierto bajo sus pompas, acomodándolo, y al tenerlas bien, entonces acomodó su pene que se llegó a quedar flácido con la puntita hacia abajo y cerró el pañal con las cintas, las que tronaban como cinta adhesiva.
Con el pañal puesto, René se puso de pie, viendo que su madre iba por ropa normal. Casandra sacó una pequeña bermuda juvenil y una camiseta, para que no estuviese tan formal para la hora de dormir que ya no tardaba por ese día. Vistió con eso a su joven.
Dejó a René con sus calcetines y sus pantuflas.
─Vamos a la sala, donde están Jimena y Eduardo, supongo que ya fue mucho y quieres ver un poco de televisión para antes de dormir─. Dijo ella. Llevando a su joven abrazado de los hombros, feliz de hacerle realidad su deseo y sabiendo aplicar bien el castigo.
René no dijo nada, únicamente caminó con su madre hacia la sala, y cuando estuvieron allí, se sentó ante Jimena y Eduardo, los que con sus miradas evidentes, se clavaron en el bulto frontal que su hermano mayor tenía entre las piernas y bajo su ropa…










  

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