Layra se había convertido en una preciosísima,
preciosísima señorita. Ahora con veinticinco años, era mucho mejor. Su cuerpo
dio el cambio más radical, su cuerpo era el de un hada, una ninfa o cualquier
criatura fantástica que irradiara preciosura.
Sus estudios ya habían acabado, se había
especializado recientemente en la enseñanza de la danza y los idiomas, por lo
que podía conocer cualquier parte del mundo.
Layra también había fundado una academia, tenía su
propia escuela, sus alumnos no dormían ahí, solo los recibía a diario,
viéndolos vestidos con sus hermosas mallas, leotardos color negras o color
blanco; a las chicas con sus leotardos, sus tutús, tan hermosas y radiantes
igual a la profesora. Todo bien de esa forma para darles las mismas clases que
ella recibió, corrigiendo mucho su cuerpo, fueran rectos, no sacaran mucho las
pompas y pudieran resistir las posiciones más firmes y ligeras. Ella era
perfecta en eso.
Una tarde en que Layra finalizó sus clases,
todavía había sol, la hermosa mujer iba bajando las escaleras de su salón de
baile, caminando ligeramente, como toda una diosa. Su secretaria le había dicho
que tenía una cita con una persona, era un joven, quien no dijo su nombre en el
momento, la persona visitante prefería ser reconocido a simple vista.
Entonces, Layra fue bajando sus escaleras
lentamente, y a llegar a su recepción, su secretaria le dijo que ahí estaba su
visita, y al ver hacia los sillones, en la esquina donde estaba el brillo del
sol, pudo ver a un joven, no era un adulto, tampoco tenía menos de veinte años.
La hermosa mujer llamada Layra, no podía creer lo
que estaba observando, ahí estaban esos hermosos ojos, ese bonito cuerpo de
bailarín, mucho más grande, ahora con el cuerpo de todo un hombre. La bonita
mirada de aquel joven se conectó con la suya, no dudaba de quién era, ella
estaba helada, no podía caminar, parecía que el tiempo se hubiese congelado, y
fuera cruel, porque justo ahí sentía tristeza, felicidad, todo en breves
segundos. Pero no pudo evitarlo, rápido se fue caminando hacia él.
El hombre joven se quedó de pie ante la hermosa
mujer, todo seguía siendo igual, él tres años menor que ella, pero en tamaño,
las leyes de la vida, ya tenían todo permitido. Enseguida el joven le dijo a la
mujer:
“Hola, mi hermosa Layra”.
Layra se quedó helada de felicidad, ya no quiso
resistirlo, no lo besó, pero sí le dio un enorme abrazo, casi lloró por sentir
su cuerpo de nuevo, ya no como el de un niño, ahora todo era una presencia de
hombre joven, sus manos eran más firmes, más musculosas, su tono de voz ya no
era angelical, ahora imponía como el de un gran varón, pero sus hermosos ojos
seguían siendo iguales.
Al final de abrazarse, los dos se sentaron a
conversar.
El joven Samuel, se quedó conversando con mucha
emoción con Layra, hablando de los viejos tiempos, cuando estudiaron un
semestre juntos y usaban pañales para dormir. Los dos se reían mucho por eso,
sus voces eran de adultos jóvenes, una pareja todavía más que predilecta.
Layra repetía mucho lo feliz de haberle vuelto a
ver, decía mucho que si algún día moría, podría ser en paz. Samuel también
decía lo mismo, aunado a eso, le contó a Layra todos sus sentimientos desde que
se dejaron de ver, le dijo que nunca dejó de pensar en ella, siempre lloraba
cada noche y deseaba poder viajar para verle.
Después, Layra llevó a Samuel a recorrer su escuela,
y al ingresar al salón, Layra le propuso a Samuel bailar así como lo hacían
siendo más chicos. El joven aceptó, y los dos se fueron a preparar con un poco
de ropa de danza.
El joven Samuel se puso unas mallas y no se puso
ninguna playera, dejando ver toda una buena musculatura bien trabajada, por
muchos años bailando, haciendo ejercicio y manteniendo la misma humildad,
también presunción, a sus doce años. Layra se sentía muy emocionada, y con la
música, los dos bailaron juntos, así como en los viejos tiempos usando pañales.
Layra se abrazó a Samuel y moviéndose lentamente,
se dieron un nuevo beso, sintiendo sus sabores, era lo mismo, pero en cuerpos
mayores.
Eso dio inicio a su nueva relación, una adulta,
todavía joven, pero con todos los sabores de la vida, Layra y Samuel pudieron
ahora sí, vivir como una pareja normal, porque efectivamente, duraron dos años
de novios, y luego se casaron.
Gracias a eso, tuvieron cuatro hijos, nombrados:
Melissa, Nathaniel, Clarisa y Francis.
Layra y Samuel continuaron usando pañales siendo
adultos, igual que como niños, con sus mismos hijos, los dejaron en pañales sin
ningún problema. Seguían bailando juntos, amándose. También tenían problemas de
cualquier pareja, pero podían resolverlos.
Así, la vida de Layra, fue en pañales, al lado de
un hombre muy bueno, educado, bailarín y lleno de amor hacia ella.
Lo que fuera a venir en el futuro, lo afrontarían
con los pañales puestos, y bailando como siempre.
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